UN 11 DE MARZO TRANQUILO
Todo anda muy tranquilo en el ambiente. Un domingo soleado para aplastarse en el sofá y llenarte de programación en la tele. Te decides por canalear y canalear, esperando que el azar y el control del tv te den algo para el desparche. Encuentras una rueda de prensa. La pasan por todos los canales nacionales, los desechas porque no te gustan, son aburridos y siempre repiten las mismas películas. Cambias de canal, pero la rueda de prensa siguen en CNN, te detienes. Esos tipos te parecen conocidos, son políticos, uno es pequeño y alza su mano cuando habla, el otro, un poco más grande, tiene una sonrisa permanente de vaquero americano.
Te decides por escucharlos, en poco empiezan los Simpson y hay que matar el tiempo. El tipo pequeño habla con un raro acento y parece rendirle cuentas al más grande. Habla de fumigaciones, del Plan Colombia, de las guerrillas marxistas, de los paramilitares, del terrorismo, de lo agradecido que está con los Estados Unidos. El hombre pequeño, te recuerda la clase en el colegio, cuando lamboneabas a tu maestra, repitiendo aquellas palabras que tu bien sabías que ella quería escuchar. Habla, habla, habla y empiezas a aburrirte de nuevo. Sigue hablando de Simón Bolívar, de la seguridad democrática, y te entretienes un poco, porque empiezas a descubrir la cara de imbécil del hombre más grande. Además, empiezas a notar, lo poco que le importa al hombre más grande, lo que el hombre el hombre más pequeño repite y repite. Su cara y su cabeza asintiendo es la misma que tenías en clase de español, insinuando que atendías, pero añorando que llegará el final de aquellas tonterías.
Por fin empieza el programa que esperabas, y la tele empieza a ponerse mejor. Ya completas cuatro horas aplastado, y crees que es bueno pararse de allí, por algo de comer. Anuncian las noticias y empiezas a seguirlas esperando a que lleguen al final, pues hoy mostrarán nalgas al final del noticiero. Te tienes que aguantar de nuevo en el noticiero unos cuantos truquitos para la piel, unas cuantas recetitas de cocina italiana y, que no falte, unos cuantos chismecitos políticos. De nuevo, el hombre grande y el hombre pequeño. Te enteras que el centro de Bogotá había sido reventado, ventanales de bancos quebrados, policías gigantes disparando gases, encapuchados recordando a las mamás de los policías.
Las nalgas se están demorando, y escuchas a un periodista decir que por ahí estuvo una horda de bárbaros. De pronto piensas que no te gusta este país. Hay miles y miles de policías, solo porque ha llegado un hombre, con cara de entupido, a visitar a un hombre pequeño. No entiendes tampoco al hombre pequeño, parece nervioso y asustado. No entiendes para que vino ese hombre, y porque tanto alboroto si sólo se ha quedado unas cuantas horas. Definitivamente, no te gustan tampoco los noticieros. Mucho menos te gustan las requisas que tuviste que aguantar ayer en el centro de la ciudad. Pero dejaste de pensar, por fin han empezado a aparecer las nalgas en la televisión.
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