miércoles, julio 18, 2007

Educar la educación

“Pink Floyd y su trabajo La pared (The Wall)
no hacen más que recordarnos
que la educación moderna logró su objetivo:
convertirnos en ladrillos idénticos para una inmensa pared”


(Las imágenes que acompañan este texto corresponden a las acciones del grupo de trabajo "Mesa por el derecho a la educación" http://www.parchejoven.com/)


En el libro “Los niños preguntan, los premios Nobel contestan”, un niño alemán le pregunta al japonés Kenzaburo Oé, Nobel de Literatura en 1994: “¿por qué los niños deben ir a la escuela?”. De una u otra manera, en la primaria, en la secundaria, en la universidad, todos nos hemos preguntado lo mismo: ¿por qué debemos ir a la escuela? Y aunque el abanico de respuestas puede ser amplio, éstas siempre terminan justificando proyectos de sociedad que parecen olvidar a los seres humanos. En todos los discursos siempre estará expuesta la educación como la clave para salir de la pobreza, de la violencia, del atraso, pero rara vez, se habla de la educación como una posibilidad para permitir seres humanos más felices.

Es apenas lógico que todos, en algún momento de nuestra vida escolar, sintiéramos el recreo y los descansos como los espacios donde realmente disfrutábamos de la escuela, donde compartíamos con los amigos, donde podríamos ser como realmente éramos. Los que pasamos por la escuela, sabemos muy bien que los descansos eran los pocos minutos de placer y libertad, dentro de las largas jornadas de saberes confusos y lecciones sin sentido para nuestras vidas.

La escuela, una institución que encuentra sus orígenes en el siglo XVIII, está en crisis. No sólo por las desastrosas cifras de deserción y de desencanto con ella, sino además por su incompetencia para adaptarse a los cambios sociales. Podemos decir, que hoy tenemos una escuela del siglo XVIII, con contenidos del siglo XIX, maestros del siglo XX y estudiantes del siglo XXI. Esa gran máquina de educar creada con la modernidad, a imagen y semejanza de los monasterios, las cárceles y los hospitales, parece seguir intacta: controlando los cuerpos, la manera de sentarnos y hablar, controlando los tiempos, ordenando que es válido de aprender y que no lo es, recordándonos que somos torpes y que ella nos corregirá. Muchos no aguantan, otros sobreviven, algunos triunfan y permanecen vivos.

Es compresible que una mente tan brillante como la de Einstein siempre hubiese tenido problemas con la escuela, pues allí se le reprobaba por no aprender las tablas de multiplicar. Einstein insistía en que éstas ya estaban en los libros y que era preciso preocuparse por otros misterios. Es sensato que uno de los grandes pensadores de Colombia, Estanislao Zuleta se haya retirado de la escuela porque ésta le robaba tiempo para sus propios estudios. El ensayista William Ospina nos recuerda que hombres como Buda, Sócrates, Cristo o Shakespeare que han influenciado enormemente la humanidad, no deben su grandeza a la escuela.

Por eso, quien precisamente necesita ser educada es la propia educación. Tal vez sea necesario olvidarnos de las fórmulas matemáticas y volvernos a asombrar por el misterio del cero, un número que es nada y a la vez es mucho; olvidarnos de las leyes de la biología y volver a preguntarnos porqué el cielo es azul, olvidarnos de las guerras y preguntarnos de nuevo porqué existe el amor. Seguramente cuando despertemos de nuevo la curiosidad, volveremos a las leyes y teorías para entenderlas o a las explicaciones de la ciencia para interrogarlas.

En Colombia, los informes rajan a nuestro sistema educativo. La Contraloría General de la Nación, estima que cada año se retiran 750.000 colombianos de las escuelas. Aunque las causas son múltiples y priman la pobreza y la falta de recursos, el 20% del total de los desertores, tienen muy clara la razón para dejar las aulas: La escuela no los motiva. Todo esto en un país donde los recursos para la guerra casi duplican los recursos destinados a la educación.

Son muchos los fenómenos que nos hablan de los absurdos de nuestra educación. De los cuatro millones de colombianos que han salido del país, en lo que se conoce como la diáspora colombiana, el 40% de ellos tienen título profesional. Una gran fuga de cerebros y mentes brillantes que reconocieron la paradójica realidad del país, donde se insiste en pensar la educación como la oportunidad para tener una mejor calidad de vida, pero realmente son los mafiosos, traficantes y delincuente quienes gozan de respeto y prestigio social. Llena de falsedades la escuela termina siendo la que menos enseña. Es afuera de ella donde destapamos sus grandes mentiras y paradojas. Lo saben y lo viven los miles de jóvenes que compiten por un puesto en la Universidad o quienes compiten por un empleo. La solidaridad que falsamente nos demanda la escuela, en la sociedad parece no servir de mucho. La ley es otra.

Colombia parece perder todas las materias. Reprobó matemáticas pues entregó todo a unos pocos. Perdió la clase de sociales, pues para acabar la pobreza mató a los pobres. También se rajó en geografía, dejó llenar los ríos de sangre y las montañas de coca. Perdió ética robando, matando y engañando. Perdió biología porque nunca supo valorar su selva, sus aguas, ni sus minas. Solo ganó la clase religión y eso que comprando algunas indulgencias.

Pero finalmente, ¿qué respondió Kenzaburo Oé? Luego de confesiones, rodeos, anécdotas de su infancia y profundas reflexiones, responde con la magia de sus palabras: vamos todos a la escuela, para aprender y jugar juntos, eso creo.

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