jueves, mayo 24, 2007

DESDE EL CHOCO


Chocó es una región que ha sido desde sus orígenes excluida y estigmatizada. Para el gobierno nacional, la región negra siempre ha pasada a la lista de espera. Basta con recorrer el patrimonio cultural e histórico de Quibdo para entender que la del Chocó, es una historia de relatos inconclusos. Es decir, las plazas están hechas a medias, los héroes y mártires que se enarbolan en sus plazas están incompletos. Una radiografía de lo que ha sido el Chocó para el resto del país: una región olvidada. Solamente se le mira, cuando ocurren tragedias o cuando los chocoanos deciden montar un paro cívico. Las primeras páginas de los grandes periódicos, los lentes de los noticieros, sólo miran al choco cuando mueren niños de hambre, cuando estalla un escándalo de corrupción, pero luego vuelven los olvidos. Los chocoanos no quieren tanta caridad y lastimería de los medios, piden un trato digno.

Reproducimos un texto compartido a Calle Controversia por un amante del Chocó, un quibdoceño orgulloso, que sabe de la riqueza de su región, un convencido de que el Chocó no es como lo pintan. Sin negar su pobreza, Choco es rica, sin negar su hambre, Choco es un canasto de riquezas naturales, sin olvidar sus tristezas, el chocoano es un pueblo feliz.

Por: J. Elías Córdoba Valencia

Retomando la que tiempo atrás fuera iniciativa de una conocida revista de circulación nacional, proponemos a nuestros lectores este ejercicio de afirmación local, con el que pretendemos demostrarnos que pese a todo, vale la pena vivir en Quibdoo:

Por los bellos atardeceres en el río Atrato y los paseos por el malecón
Por los mecatos y las carimañolas que venden en roma; las tradicionales runchas de la casa de los Porra en el Pandeyuca y por las cocadas que venden en el aeropuerto;
Por la anexa, el claret, el kinder Catalina o el IPC, por el IEFEM, la Normal, el Carrasquilla y el gimnasio.
Por la UTCH y su bello auditorio
Por la vida cultural que proporciona el auditorio del banco de la republica
Por la cancha de la Normal y el chipi chipi
Por la casa de la seño Yamileth Palacios, la “casa grande” y las “cinco quintas”.
Por el convento, el Carrasquilla, el Concejo; por la catedral y el hospital antiguo (El de los leones).
Por el concepto de vecino que confirma el espíritu solidario de los chocoanos y permite compartir lo mucho o poco que se tenga, incluso en ocasiones y hasta en forma indebida la vida privada.
Por el caminao de las mujeres, por los cuerpos de las mujeres, por las caras de las mujeres, por el hablaito de las mujeres, y por que es el pueblo en donde más les lucen los descaderados a las mujeres.
Por los baños en Tutunendo, en sal de fruta, y en Ichó; por el Atrato, Beteguma y Cabi.
Por las fiestas de San Pacho con su procesión en la madrugada del cuatro de octubre, con su la neblina propia y la erizada de la piel cuando se cantan los gozos.
Por los coros de las misas y las misas folclóricas tan diferentes a las acartonadas y distantes en latín de otros tiempos.
Por esas viejas que le recuerdan a uno la parentela entre signos de afecto que reafirman la vida, y en general, por el calor humano.
Por los pasteles, y la longaniza; por el dentón ahumado. Por la carne y el pollo ahumado; y por los sancochos de tres y más carnes.
Por la subienda del bocachico cuando sale mas cara la relajada que el pescado y se puede comer en las tras comidas, por un buen tapao, por el chontaduro, por un buen jugo de borojó.
Por la bulla de los yesquiteños y la hospitalidad de los yescagrandeños, por la tranquilidad de “El silencio”; por la unidad de Cristo Rey, por la organización de “Roma y “Cesar Conto”; por la persistencia del “Pan de yuca” y el sabor del “Niño Jesús”. En fin por la calidez de todos los barrios.
Por los nombres de las calles y sectores como cagantá corea y tres bricos, munguidosito y bolsillo atrás, el polvero, el polvorín y puerto Bagado; panamacito, la chivatera y el condado de la T; chambacu y sal si puedes; la calle de las aguilas y chamblun.
Por los bundes que por cualquier razón y cuando menos se espera montan los músicos en complicidad con esa mano de disponibles que siempre tienen tiempo para un oe oe.
Por “Los clavelitos” de “pachita” Renteria.
Por el aguardiente platino; la rumba de “Capricornio” y “La ponceña”, por “el rincón vallenato”; en fin, por la zona Rosa y los conciertos en el parque.
Por la esquina de Abrahán.
Por una bañada de vez en cuando en una paliadera con agua de tanque echada; y por los sueños arrullados por el sonido de la lluvia en un techo. de hierro
Por una amanecida con buena música en cualquier casa de vecino.
Por la contundencia, el golpe de amporá, saboreo, fusiòn perreo, Choc quib town y los reguetoneros decentes. Por los tríos.
Por el sabor especial del plátano que aquí se come y el dulce de la piña de acá, sin igual entre todas las piñas.
Por la sopa de queso, por el queso frito, por los helados de queso; mejor dicho, por el queso en casi todas las comidas (lo único que no se ha podido hacer es jugo de queso).
Por la música y los músicos que acá se dan silvestres.
Por esos abnegados padres y madres que con grandes esfuerzos responden por la educación de sus hijos fuera del departamento.
Por las tardes de sábado y las botadas de corriente en una buena esquina.
Por los helados de la quinta y los granizados de “ozono”.
Por la solidaridad frente al dolor y la validez de los velorios como espacio social, incluyendo la “mano” de chistes y de chismes con que se matiza la noche alrededor del muerto.
Por los panes ayemados que ya casi no se ven.

POR QUE MUCHAS DE LAS COSAS QUE AUN NOS FALTAN SOLO LAS PODREMOS CONSTRUIR NOSOTROS

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